Tu palabra


Hoy te quiero contar una historia

jueves, 7 de mayo de 2009 | Hay 0 comentarios

Era domingo, muy temprano, el sol salió y desplegó sus rayos sobre el horizonte; el mar comenzó a salir de su oscuridad y a reflejar los colores intensos del amanecer.

No había dormido muy bien, últimamente mis nervios ante un viaje me jugaban muy malas pasadas, a pesar de que viajaba más que nunca. Parecía que me costaba más hacerlo y además, ya no me parecía ten divertido eso de subirme al avión y descubrir nuevos lugares.

Tenía todo preparado, salí hacia el aeropuerto, mi hermano se había ofrecido a llevarme, a pesar de ser domingo y tener que madrugar.

Al subirme al coche notó mis nervios y se sorprendió, desde pequeños siempre le había llamado la atención mi ilusión por viajar, por subirme a un avión, incluso recordaba como, en una época, hablaba de que quería ser piloto de aviones, me encantaba la idea de volar como espacio de libertad, pero hoy reflejaba todo lo contrario.

Ante su sorpresa por mi estado de ánimo no dudó en preguntarme qué me ocurría. Yo le manifesté que lo que antes suponía una ilusión, algo divertido, una experiencia maravillosa, ahora se había convertido en un verdadero tormento. Me habían tocado un par de aviones que habían tenido que regresar a tierra después del despegue y es una sensación bastante desagradable y lo que antes me daba seguridad, ahora me angustiaba, no me hacía disfrutar.

Él me dijo: "pues hoy te quiero contar una historia".

Un anciano vivía en una aldea en mitad de una montaña, hacía muchos años la aldea estaba habitada por un centenar de habitantes, llena de vida, pero poco a poco los más jóvenes fueron yéndose a la ciudad y los más mayores fueron llenando el pequeño cementerio de la aldea. El anciano terminó quedándose solo, no se había casado y no tenía familia, así que no tenía dónde ir. Cuando se vio solo empezó a plantearse qué hacer; por ahora podía seguir cultivando la tierra y cuidando de los animales para poder mantenerse, cuando esto no fuera posible, entonces pensaría en otra solución, pero mientras tanto intentaría disfrutar de los días que Dios le iba regalando.

Una mañana, la panadera, al entrar a dejarle el pan, se dio cuenta del gran silencio que reinaba en la casa, le llamó, pero él no dio respuesta, así que llegó hasta su habitación, allí estaba, había dejado de respirar pero su cara reflejaba una gran felicidad. Lo primero que ella pensó fue que el anciano no se había dejado vencer por nada, ni el miedo, ni la soledad, ni la edad; él había vencido todos los obstáculos y eso le había permitido ser feliz.

Acabó la historia en el momento justo en el que llegábamos al aeropuerto, no me hizo falta que me preguntara si había entendido cuál era la moraleja, me hizo recordar una frase bien aprendida en mi adolescencia: "Las dificultades o las vencemos o nos vencen".

Ese día el despegue del avión me volvió a recordar a una montaña rusa del parque de atracciones y por un momento pude cerrar los ojos y regresar a los viajes familiares de la infancia.


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