Tu palabra


...Y ocurrió entonces

lunes, 13 de abril de 2009 | Hay 0 comentarios

Muchas veces nos preguntamos ¿por qué en ese preciso momento ocurren las cosas?, cuando menos se lo espera uno, entonces parece ser el momento más oportuno, o quizá inoportuno para ocurrir.

Todo parecía normal, el día había transcurrido con toda tranquilidad, volvía a casa pensando en lo serena que había sido la jornada. Yo había dado mis clases sin ningún tipo de percance, era como si ese día a los chicos les hubiesen dado un tranquilizante, habían atendido, sus preguntas habían sido correctas, los trabajos estaban hechos.

Estaba a punto de llegar a casa y sonó el móvil, el número era desconocido y a pesar de eso contesté. La voz me resultaba familiar, quien me llamaba daba por hecho que yo sabía quién era; hablaba rápido, con desesperación, contaba lo mal que lo estaba pasando, que necesitaba hablar conmigo, yo casi no tenía oportunidad de hablar y terminó diciendo dónde se encontraba y pidiéndome, por favor, que acudiese lo antes posible.

No me quedaba lejos y sin reconocer todavía a quien me había llamado pensé que debía ir, por lo menos para saciar mi curiosidad.

Guardé el móvil y me encaminé al lugar, una cafetería dos calles más abajo. Pensé que al entrar reconocería rápidamente a quien me había llamado y así podría ayudarle.

Al llegar al llegar al lugar, sólo había una mesa ocupada, una mujer con cara de mucho sufrimiento intentaba llevarse a la boca una taza de infusión; por más que intentaba reconocer su rostro, me parecía imposible descubrir quién era.

Me acerqué a ella, no parecía darse cuenta de mi presencia, le dije hola y su mirada era de vacío. De forma educada y haciendo un esfuerzo, me saludó, pero volvió a bajar la mirada. Entonces descubrí que no la conocía. Todo había sido una coincidencia sin más, pero, sin darme la vuelta le dije - Me has llamado -. Ella me miró y puso cara de no entender mis palabras. Entonces repetí -sí, me has llamado, hace un momento, me has dicho que viniera, que me necesitabas -. Ella parecía no dar crédito a mis palabras, reconocía el mensaje, pero no a mí. Cuando pudo respirar me dijo - Yo no te he llamado, ni siquiera te conozco, he llamado a mi mejor amiga, pero, evidentemente no a ti-.

Era pura casualidad, pero ante las dos opciones que tenía: irme o quedarme, opté por preguntarle si necesitaba ayuda, ya que la llamada, la había recibido yo, a lo mejor podía echarle una mano, que si ella quería me quedaba. Dudó unos instantes y me pidió que me quedara.

Me senté con ella, pedí un café y me dispuse a escuchar. No podía hacer nada más, sólo prestar oído a sus palabras.
Ella comenzó su relato, le costaba hablar por el sufrimiento que tenía en su interior; poco a poco fue respirando, calmándose, recobrando tranquilidad, sus palabras salían como si tuviese una fuerza dentro que las hiciese salir sin parar. Su sufrimiento y desesperación iban teniendo nombre, apellidos y una historia. Yo no hacía nada, de vez en cuando le daba un pañuelo para enjugar sus lágrimas y a la vez cogía su mano para que sintiera mi presencia.

En dos horas me había contado lo que le hacía sufrir, había descargado toda su angustia, paró de hablar y de repente consiguió cambiar su cara, había echado fuera todo lo que le oprimía en su interior, no había solucionado el problema, pero, al compartirlo, se sentía aliviada. Me miró a los ojos por primera vez y entonces ocurrió, una sonrisa se dibujó en su boca, fue su agradecimiento por haber acudido a su petición de auxilio, por haberme quedado, por haberle escuchado y ayudado.

Parece una tontería, pero ella sentía aquello como un milagro, alguien me había puesto en su camino y su dolor había cesado.


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